jueves, 3 de noviembre de 2016

Obras de Nicole

Su formación literaria agudizo su sensibilidad y la convirtió en una de las más paisajistas de la literatura, expresando un profundo amor por la patria y sus paisajes y lo manifestó en sus versos más lucidos.

Entre sus obras poéticas mas celebres podemos encontrar las siguientes:

Pedacito De Tierra

Pedacito de tierra! Tan alegre y soleado
bajo el azul profundo de tu suelo estival,
tú viniste a la vida como un predestinado,
libre de toda mancha de culpa original.
Talvez te va cansando que a cada nueva aurora
tu sueño se interrumpa al eco de mi voz
como si no bastara la cálida y sonora,
canción con que te arrullan tus mares que son dos.
Noble en la desventura, noble en el sacrificio,
en medio de las naciones del mundo occidental,
fiel al lema que reza "Pro mundi beneficio",
dejaste abrir tus vísceras para hacer el canal.
Pedacito de tierra, cuna de ilustres hombres
que dieron alto ejemplo de abnegación y honor,
digan todos los labios la gloria de sus nombres,
canten todas las liras himnos en su loor!
Cuándo pensaron Fábrega, Arosemena, Herrera,
Durán, Icaza, Hurtado, Urriola y tantos más...
que tras de una centuria hijos del Istmo hubiera
prontos a atar al Cóndor las alas por detrás!...
Pedacito de tierra, tú no has necesitado
del bautizo de sangre casi tradicional
con que al nacer los pueblos de América han lavado
la mancha de un presunto pecado original!


El Árbol

A mi hermano
Queriendo acaso darme un buen amigo,
cuando yo vine al mundo, una mañana,
sembró mi padre al pié de mi ventana
un árbol que creció a la par conmigo.
Callado confidente y fiel testigo
de las congojas de mi edad temprana,
prestó su copa, al elevarse ufana,
sombra a mi estancia y generoso abrigo.
Cuántas veces las gotas de mi llanto,
tras de surcar ardientes mis mejillas,
cayeron en sus hojas cual rocío;
Y causa al alma de simpar quebranto
fue el ver cuál se tornaban amarillas
las hojas que regaba el llanto mío.


Dos Cantos, a Panamá la Vieja
- a) Frente a las ruinas

En medio rugosas y viejas encinas,
de la amplia calzada contemplo las ruinas,
albergue seguro de las golondrinas.
Escombros del templo y del viejo palacio
que bañan reflejos de grana y topacio
cuando el sol desciende en el cóncavo espacio.
Las sombras avanzan y la luna brilla.
La torre del templo se yergue sencilla
y me habla en  la propia lengua de Castilla
de heroicas proezas, de glorias lejanas,
de magnas conquistas de huestes hispanas;
de nobles matronas de cabezas canas.
Que cuando en la torre –ogaño vacía–
sonaban los bronces, tres veces al día,
rezaban contritas el “Ave María”.
La luna se anubla.  Graznando en mi oído
pasa una lechuza que busca su nido
en el negro nicho semiderruido.
Se finge la mente que del campanario
se escapa un tañido llamando al Rosario
y enciende una mano la luz del santuario!
Recuerdos sagrados de edades remotas!
Visión de las madres orando devotas
mientras que del órgano vibraban las notas!
Amor del pasado, de las cosas viejas,
que extraes lo amargo de las hondas quejas
y en dulzor lo tornas, como las abejas,
dejad que haga un voto! Oh ruinas sombrías,
dejad que lo exprese: que Dios en mis días
os guarde al abrigo de manos impías;
de manos que borren el sello sagrado
del tiempo en el muro jamás profanado
desde que por el fuego fue purificado,
o arranque el musgo que el suelo tapiza,
o la inculta planta que mese la brisa
como un oriflama en la rota cornisa.
Y al fin de mi vida,  la vista cansada
pueda aún posarse en la torre agrietada
y en el tronco añoso que guarda la entrada!

  

Dos Cantos, a Panamá la Vieja
- b) En la floresta

Arboles seculares que vio mi trisabuelo
Salud! Salud a ti, majestuosa floresta!
Dame propicia sombra mientras yo palpo el suelo
en que mi gente hispana durmió más de una siesta.
Tú me hablas de las danzas ritmadas con vihuelas
de unas antepasadas de juventud inquieta,
que no supieron nunca de libros ni de escuelas
y usaron la mantilla trabada en la peineta.
Tú a mi oído rumoras, si el vendaval azota
en la nocturna calma tus amplios abanicos,
las trágicas leyendas de aquella edad remota
en que eran españoles los pobres y los ricos.
Bajo tus verdes frondas chocaron sus espadas
los nobles castellanos.  Aquí el galán de marras
pagó con sangre joven las coplas entonadas
al pié de una ventana y al son de las guitarras.
El sol que hace tres siglos caldeó tus praderas
sigue vigorizando la savia de tus plantas;
pero las que hoy te admiran son gentes extranjeras
que no entienden la letra del himno que les cantas.
Los pocos que han quedado guardando tus laureles
están desconcertados ante invasión tan fuerte;
mas siguen en sus puestos como unos perros fieles
y de sus puestos solo los quitara la muerte.
Salve floresta hermosa…!Salud, tierra bendita
que henchiste la semilla de la hispana bravura!
Centuplique las fuerzas de mi voz pequeñita
tu eco, al acogerla en medio a la Natura!


Hogar Campestre

Cerca de la quebrada, junto al camino,
entre enanos ciruelos y altas palmeras,
está la humilde choza del campesino
por cuyas guaduas trepan enredaderas.
Mientras que el rudo mozo lejos trabaja
y de sudor el suelo deja regado,
su mujer teje cestos de tosca paja
que va a vender los viernes en el mercado.
No hay tocador de mármol en esa alcoba
ni es bruñido el armario, ni tiene espejo;
El tocador es un banco de caoba
y reemplaza el armario un baúl muy viejo.
A falta de perfumes, silvestres flores
de las que crecen cerca de su ventana,
suavemente saturan de sus olores
las ropas de esos hijos de la sabana.
Un cajón, cerca al lecho, de altar oficia
y ante una santa imagen de los Dolores,
porque la suerte siempre les sea  propicia
la campesina pone velas y flores.
Afuera de la choza se ve una cesta
mullida con cobijas y blanda almohada
en la que una criatura duerme la siesta
bajo la fresca sombra de la enramada.
Y al declinar la tarde, la campesina,
abandona el trabajo, guarda el tejido;
toma al hijo en sus brazos y se encamina
presurosa al encuentro de su marido.


Flor Celeste

A mi sobrina Mercedes.
Una flor me pides? Una?
no te la puede negar
quien se puso a tu mandar
desde que te vio en la cuna.
Mas yo que el guiar tus pasos
cuitas tuve y tuve enojos;
“yo que me he visto en tus ojos
cuando te alzaba en mis brazos.”
Y con piadosa intención
en tu alma blanca sembré
la azucena de la fe
y el lirio de la oración,
no he de callar, por temor
de ocasionarte una pena,
que hay casos en que envenena
el perfume de una flor.
Y te escudaré asimismo
contra la lisonja vil
que de un risueño pensil
transporta el alma a un abismo.
Pálidas flores de invierno
que no avivó el sol de estío,
las flores del vergel mío
son de un aroma muy tierno;
Mas si ellas colman tu anhelo,
aspira y gusta su aroma
imitando a la paloma
que, al beber, contempla el Cielo.
Y en su suave claridad,
desde la celeste altura,
inundarán tu alma pura
Fe, Esperanza y Caridad.
Feliz tú sí, con fruición
de esas flores celestiales,
los aromas inmortales,
guardas en tu corazón.

2 comentarios:

  1. Gracias, la información me ayudó mucho para la ESO.

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